los días más brillantes.

Llegó justo cuando se cumplía un nuevo aniversario de mi llegada a Buenos Aires.
Se alegró conmigo por la llegada de la tía Coco a la ciudad.
Todavía ignorantes uno del otro, elegimos pilcha por Internet
Padeció mi angustia –aunque probablemente su repentina presencia fuera parte de la explicación.
Agradeció conmigo la tormenta que más se hizo esperar, me acompañó bajo la lluvia a llevarle un pullover a un cartonero, comió pizza. Visitó el horno de L´Epi, saboreó su primera rosca de pascuas y deliciosas croissants de almendras.
Se contrajo de alegría con la vuelta de Mad Men.
Nos volvimos a sentir raros.
Tanta felicidad, tanta angustia, ¿cómo es posible?
Dimos clase, anduvimos en bici, nadamos, ganamos una carrera en el hipódromo, comimos dos deliciosos brunchs.
Supimos de su existencia, inesperada.
Trabajó un MONTÓN.
Bailamos desaforados frente al espejo.
Jugó con Rolfi en la playa.
Recibió muchos abrazos familiares
Sus primos grandes le buscaron nombre durante toda una cena.
Hizo conmigo una nota en la que comimos suculentos platos de pasta.
Oímos juntos a Bob Dylan. Y me emocioné por saber que estaba siendo testigo con nosotros de esta leyenda viviente.
Por fin ayer, pasó de ser dos rayitas rosadas a una bolita con mini brazos y una pequeña columna.
Con el papá  vimos y escuchamos –tuc, tuc, tuc- el latido de su corazón. Y lloramos y nos abrazamos de emoción.


Todo eso estuvo haciendo bebucín,
Y así es como quería contarles  que voy a ser mamá.

Las quiero, porque son parte de mis días. Y no veía la hora de compartirles esta noticia.