domingo, 25 de marzo de 2012

Vicenti: primera entrega.

Había venido Vicenti y todos bebían su vino con aparente entusiasmo. “Muy bien Lucrecia”, la palmeó su jefa, mirándola por encima de sus anteojos de pasta. Y ella, a diferencia de todas las veces anteriores, no se sintió satisfecha. Le bastaba con recargar su copa con aquel tinto de mediano precio y echar vistazos periódicos a Vicenti, que, en un rincón de ese ambiente, charlaba acaloradamente con su secretaria y un hombre joven.
Caminó despacio con la copa en la mano alrededor de la oficina. Lucía distinta, de noche, y con los escritorios convertidos en exhibidores para el lunch. Quedaban pocos. Natalia, a quien había apodado Nelly Olson, hoy lucía espléndida y ella, en cambio, apenas había tenido tiempo de ponerse un poco de corrector de ojeras y brillo en los labios.
Había dedicado años a estudiar una carrera de comunicación social para un día ser periodista, o publicista y en cambio, se encontraba sumida en este mundo de relaciones públicas, donde el día a día se dirimía entre eventos, clientes, marcas y clippings… (Todavía podía recordar la primera vez que su jefa pronunció con afectación esa palabra). Estaba claro: no era un buen día, y sólo podía acariciar el deseo de llegar a su casa, darse una ducha y meterse en la cama, o tirarse en el sillón a ver una serie hasta que la ganara el sueño. Todo eso pensaba cuando se acercó Vicenti.
Era un tipo de unos cincuenta y tantos. Regordete, de tez amarillenta y con una calvicie apenas interrumpida por dos mechones grisáceos a cada costado de su gran cabeza. Usaba trajes grises o marrones, y camisas amarillas o celestes. En su mirada de ojos marrones y párpados pesados era poco lo que se podía adivinar. Como Presidente de la principal compañía cliente de la agencia iba poco, y esta vez su presencia era fruto de la destreza de Lucrecia en el arte de la simpatía.
No supo bien qué vendría a decirle. Miró la copa semi vacía, la apoyó sobre la punta del escritorio de Suárez y se estiro la camisa. Carraspeó. Vicenti avanzaba con paso pesado, la copa de champagne en la mano izquierda. Le costaba moverse entre los muebles.
-          Vos sos…- dijo en un tono entre la pregunta y la afirmación.
-          Lucrecia – sonrió ella entre nerviosa y servicial.
-          Quiero que te vengas a trabajar conmigo.
-         
-          Como mi asistente personal.

II
Cebaba un mate atrás de otro, y cosía. Ya no entraba luz desde la calle, y la lámpara estaba dispuesta de una forma que su sombra se proyectaba sobre el género. El traje era de colores brillantes y alegres y de un género demasiado barato. Esto último se lo había dicho a Alejandro. “Flaco, no hay presupuesto”, fue la respuesta. Ahora puteaba porque después de cada presentación, le encontraba un agujero nuevo. Su madre había sido modista. Agujas, tijeras e hilos eran todo el capital que había heredado. Sintió ruidos en la puerta de calle.
-          Abrí, flaco, te vengo a ofrecer un negoción. –Al principio no reconoció la voz.- Dale, que se larga en cualquier momento. – Era Andrés, el porteño.
Apenas entró se sentó a la mesa y extendió la mano para cebarse un mate. Ramiro lo cortó en seco. Tomó la pava, volcó agua sobre la yerba y le extendió el mate.
-          ¿Negociones vos? ¿Desde cuándo?
-          Desde hoy, flaquito. Desde hoy. Hm, che, pfff, esto está frío.
Ramiro lo miró con una mezcla de sorpresa e irritación. Encendió la hornalla y puso a calentar la pava.
-          La cosa es así –arrancó Andrés- Pasado mañana viene un tipo de Buenos Aires que conocí hace tiempo. Medio largo el cuento. El tipo es el capo de un laboratorio allá.
-          Ahá.- suspiró Ramiro-
-          Necesita gente que lo meta acá en Montevideo. A cambio nos da un cheque bien gordo como adelanto, y porcentajes de las ganancias cuando tenga mercado.
-          Mañana. Vos sabés que estoy con los ensayos, ¿no?
-          Sí, sí. Tengo todo pensado.
III
-          Contáme Analía
-          Lucrecia
-          Sí. ¿Alguna vez trabajaste como secretaria, asistente personal?
-          Hm… no, pero soy práctica y responsable –Actuaba como si quisiera el puesto.
-          Ah, sí, eso es importante, aunque hay otras cosas. Venime a ver mañana al mediodía a mi despacho.
-          Pero tengo que venir a la agencia…
-          Te espero.

No llegó a contestar cuando Vicenti ya se había dado media vuelta. Su espalda pesada y curva se abrió paso hasta la puerta de entrada. Un coro de empleados se acercó a saludarlo.

10 comentarios:

  1. II y III tienen que ver con I? A esta hora ya no entiendo nada. Vicenti será el mismo que ofrece cash por cada click en tu blog? Ah no... ese era otro...
    Me voy a dormir, mañana será otro día :)

    Ahh! Yo no confiaría en un tipo que usa camisas de traje amarillas, neee :)

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  2. sii sisisi
    mañana subo la II parte!
    Gracias por leer
    y no, creo que yo tampoco confiaria en un tipo así
    hm perceptiva alter alma!

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  3. y en este acto acabo de develar el mistero de ceci a. que me hablaba como si me conociera......pero nunca habia pasado?? quien catzo es ceci a??????

    me has quitado un dolor de cabeza......ahora me sumaste al de como fue que tenias esto, y no lo habia visto?????

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  4. Me gustó mucho y me dieron ganas de más!

    Besos ♥

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  5. Me quedo esperando el resto Ceci...me gusta muchooo!Pasate por mi blog que te tengo preparada una sopresita. besotes!

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  6. antes de leer el texto de hoy quiero contarte emocionada que yo tambien fui lectora, en mi niñez y preadolescencia, de Elsa Bornemann, lectura fomentada por mi vieja desde mi mas temprana edad. Me encantó ver que, al igual que a mi, Elsa te motivó a escribir siendo pequeña.

    tengo varios libros de ella y los atesoro como si fuesen incunables, son parte de mi historia, y los que provocaron que ahora ame tanto escribir.

    eso nomas, ce, por ahora.
    fue un enorme gran sorpresa leerlo aqui a la derecha :)

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  7. Awe, Ceci, no sabia que tambien escribias ficcion! Quiero leer mas! ;D

    Que tengas un hermoso dia!

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¡Gracias por leer!