¡Feliz don Valentín!

Pablo le dice Don Valentín. Y bueno, será que no le sale, o que su no religiosidad se le va hasta en eso!
Mi viejo y su ex mujer (les hablé de ella? Beatriz, con quien viví desde mis 11 hasta mis 18 años; "tu segunda mamá", diría Pablo) se casaron un 14 de febrero.
Ramos Mejía, viernes, 1992. Pocos sabían qué Santo se conmemoraba ese día. Enfundado en un traje de la sastrería Seijo que yo lo acompañé a comprar, mi viejo la esperaba en el altar. Era raro verlo en una Iglesia. Mi hermana y yo aguardábamos expectantes, yo con mi vestidito a cuadros, Coco con uno rosa bordado. Y nuestros taquitos. Mi hermano Martín asistió con un pantalón de vestir, una chomba bordeaux y toda su adolescencia. "Elegí una canción para entrar que no es la marcha nupcial", me había dicho Beatriz - compinche- unos días antes. Esa mañana sonó el Ave María y entró ella, con sus 41, su vestido blanco y campestre, su bouquet de flores.
Cuando se reunieron se los veía felices. En la foto donde se ríen porque a él no le entra el anillo, también se los ve muy felices, cómplices, enamorados. Esa foto ya no está en el living de Beatriz. Pero hay dos que siempre van a tener un lugar central. Una es al final del civil, donde se ve mi melena por los hombros, y los brazos de ella, agachada, rodéandome. La otra es a la salida de la ceremonia religiosa: los cinco posamos frente a cámara y se suma su sobrina Marcelita.
Sé que a los cuarenti se sentía tan enamorada de mi viejo como para elegir la más romántica de las fechas y meterse adentro de un vestido blanco. Tan enamorada como para dejar su Ramos natal y  armar una vida entera en Mar del Plata con tres chicos.
Sé que fuimos - y somos- su familia.
Por eso; porque inspiró mi lado coqueto, femenino y feminista; porque le debo un llamado; porque la tos a veces no la deja ni hablar; porque da batalla a la más puta enfermedad con toda la valentía y alegría de la que alguien es capaz, será que este 14 de febrero me dio por pensar en ella.

Feliz Don Valentín, Bea.