parar.

Siento una necesidad enorme de hacer nidito, pero todo alrededor se mueve. Se mueve la obra de al lado, que martillea, taladra, canturrea cumbia y llena todo de polvo. Se mueve el trabajo, con sus exigencias, con cierta incertidumbre. Se mueve Rolfi, dejando soretitos por todos lados -porque todavía no aprende a hacer afuera-, se mueven los de la inmobiliaria, que vienen con interesados a ver la casa, nos movemos nosotros, para que ellos encuentren la casa limpia y ordenada, para llevarnos al perro y liberar nuestro hogar durante algunas horas. Se mueve Pablo, yendo y viniendo al banco, con papeles y certificados; llevándome al trabajo, pasándome a buscar una noche fea. Se mueven de acá para allá los juegos de llaves, que tienen que alcanzar para todos. Se mueve el colchón de madrugada, con nosotros y las mascotas encima.
Se (re) mueven mis miedos, algún dolor por alguna ausencia, mi cansancio atreviéndosele cada vez más a  mi autoexigencia. (Anoche, por ejemplo, pidió tregua entre un mar de lágrimas)
Se mueve bebucín, aunque todavía no pueda notarlo.
Y yo? Quiero quedarme quieta.
Mirarme la panza, acariciarla y conectar con todo lo que está pasando dentro de ella.