pequeña odisea otoñal.

A la noche dejás preparadas un par de chatas, uno de sandalias y uno de botas. Jeans y una pollera por las dudas. Las panty? Hm, bueno, no sé si da para tanto..
El paraguas queda a mano (excepto esa tarde en el laburo en la que justo se desplomó el cielo).
Dormís con sábana y cubrecamas de verano, con la agradable sensación de que algo te protege.
A la mañana tomás mates sin derretirte.
Salís temprano con el saquito puesto.
Ves a la que todavía no se resigna y anda tiritando con sus deditos asomando por un par de sandalias.

Caminás dos cuadras y con el primer rayo de sol te sacás el saco.
Te cruzás a la ansiosa que no veía la hora de tirarse encima la colección otoño- invierno completa. (Pará sacada!!! Botas y campera de cuero??!)
En una misma cuadra pasás por la frutería, llena de naranjas y peras; y por la panadería, que despide olorcito a facturas recién hechas.
Empieza un dilema alimenticio que va a durar hasta que te calces el primer sweater.
Optás por la opción c), a saber: un chocoarroz: menos culpógeno que un cañoncito, un poco más feliz que una fruta fría y mojada.
Seguís caminando, se nubla y te ponés el saco.
En la radio ya no suena el Ai eu ti pego,
ni el Please me girl
Te ponés uno de U2 o de Regina Spektor y sonreís contenta porque pega bien con el paisaje que ves por la ventanilla.
Llegás a la oficina y te hacés el primer café con leche del año.
De repente todos te parecen más personas adentro de jeans y camisas.
Para matar el hambre te hacés el primer caldito del verano.

Te da fiaca salir a la hora del almuerzo.
Puteás porque incluso con el saquito puesto, te cagás de frío,

Y entonces te acordás de que sí: algún día, en esta ciudad tropical, al verano se le da por terminar.